Triste pero no abatido, Norberto Valencia revive el infierno que ha sido su vida y la de los suyos desde que un cartel lo colocó en la mira, primero, del “derecho de piso”, ese otro impuesto que cada vez más personas tienen que pagar en México para sentirse seguras y, segundo, ante su negativa reiterada a rendirse frente a la industria de la extorsión, en el blanco del comando de sicarios que disparó más de 200 balazos en el atentado que el 22 de marzo del 2018 intentó convertirlo en ejemplo para los “que se niegan a cooperar”, según se lee en la investigación que llevó a dos de los fallidos ejecutores a prisión sin que, como ya es costumbre, se sepa oficialmente quién habría ordenado su muerte física.
Esa experiencia, que lo obligó desde entonces a exiliarse de Monterrey junto a su esposa e hijos, como tantos otros en el país, se ha tornado ahora en otra pesadilla que busca su muerte civil, con el auxilio de autoridades y medios de comunicación que lo convirtieron de víctima en villano. “Es increíble cómo te pueden destruir impunemente la vida de la noche a la mañana”, exclama desde la indignación y el coraje.
Valencia hace un alto en la entrevista para recibir de su abogado la buena nueva de la liberación de su hermano mayor, secuestrado en Cerralvo, Nuevo León, por un comando de sicarios que exigía 10 millones de pesos a cambio de su libertad. “Esto es parte de nuestra pesadilla, del horror familiar que hemos padecido por negarme a pagar piso. Y con la noticia escandalosa de mi injusta y absurda detención, seguramente a los secuestradores se les ocurrió que podían ganar dinero fácil. Pero gracias a Dios que mi hermano salió de esto con vida”, explica para reanudar la conversación con La Vanguardia.
En ese momento le leemos en voz alta lo escrito hoy por el columnista Román Revueltas en un periódico nacional: ““En zonas enteras del territorio nacional los pobladores viven aterrados: deben pagar semanalmente agobiantes tributos por regentar un pequeño negocio, por comercializar sus cosechas, por distribuir productos o por lo que sea. Es la flagrante apropiación de la actividad económica y, en los hechos, lleva a la ruina a muchas comunidades porque la gente cierra simplemente sus negocios al no poder cuadrar las cifras de las ventas con los montos de tan abusiva y descomunal exacción”.
Enfático, Norberto comenta lo leído: “Tristemente esa es la realidad del país. Yo conservo la esperanza de que este gobierno logre resolver la situación. Tengo confianza tanto en el presidente López Obrador como en la justicia mexicana para ponerle fin de una vez por todas a esa situación de horror que hoy me tiene en este lugar”.
Paso a paso, Valencia va narrando la historia de terror que muy probablemente le servirá de escarmiento a los que hoy se resisten a cooperar con el crimen organizado que extiende sus tentáculos hasta el último rincón de la geografía nacional. “El mensaje está más que claro: o pagas las cantidades absurdas que te exigen o te espera un funeral o un lugar en la prisión y en ambos casos, acompañado por el desprestigio social más cruel e injusto”, sintetiza.
Y es que el caso de Norberto Valencia se ha vuelto clásico. Si los sicarios logran su objetivo, gobierno y medios atribuirán la muerte a los malos pasos de las víctimas en una narrativa perversa que, en caso de sobrevivir, se mantendrá para darle carácter de normalidad a una realidad que cede aceleradamente los espacios a los intereses turbios de criminales y funcionarios corruptos en los tres órdenes de gobierno.
La historia de este asesor financiero que empezó hace muchos años “debajo de cero”, merece contarse, así sea para dejar constancia del profundo daño social e institucional que décadas de impunidad le han provocado a México, convirtiéndolo en un paraíso de la delincuencia que se sufre desde todos los niveles de ingreso. “Tristemente basta con que alguien vea que te dedicas a algo lícito, desde bolear zapatos o vender tamales en la calle, para que tengas que compartir a fuerzas de lo que ganes, por poco que sea”, explica Valencia como preámbulo de su historia personal y familiar.
Los minutos van transcurriendo mientras la grabadora capta los detalles de una vivencia que comienza y termina como modelo. Al inicio como ejemplo de la cultura del esfuerzo y al final de lo que el éxito puede acarrear en una nación que se mira en el distorsionado espejo de la frase oficial: “Abrazos, no balazos”.
Acompañado sólo de su abogado, el reportero apenas tiene que preguntar. De manera fluida, Norberto cuenta una historia que se reproduce casi idéntica a tantas otras escuchadas o leídas para que nos muestran el atroz funcionamiento de una maquinaria diseñada para triturar vidas y reputaciones. Por razones de seguridad, el fotógrafo se quedó afuera. Las fotos de esta entrevista las aportó posteriormente su familia.
La narración corresponde con precisión milimétrica a un país surrealista, en el que parece normal que un exgobernador del partido en el poder acuse desde la tribuna del Senado a su sucesora, la gobernadora de Baja California, de encabezar un cártel del narcotráfico. La banalización de señalamientos de extrema gravedad a extremos que rayan en la locura.
Nada para asombrarse si consideramos que de acuerdo a la Encuesta Nacional de
Población Privada de la Libertad (ENPOL 2021), casi la mitad de los procesados reportó estar en prisión por haber sido acusados falsamente de un delito y porcentajes similares fueron detenido sin orden de aprehensión o golpeados para echarse la culpa de las acusaciones, en tanto un 34% declaró haber sido engañado.
En ese contexto, vayamos a la entrevista:
¿Es culpable de lo que se le acusa?
Inocente. La acusación es absurda. No existe explicación coherente para que las autoridades le hayan solicitado a un juez una orden de aprehensión en contra de quien se opuso a ser víctima de la delincuencia organizada. No hay ninguna prueba que me vincule con la acusación. Confío plenamente en que mis abogados demostrarán mi inocencia.
¿Qué pasó entonces? ¿A qué atribuye usted su detención y al despliegue mediático que la acompañó?
Para responder cabalmente a su pregunta, permítame contarle mi historia personal desde mis orígenes hasta el momento en que mi éxito económico me puso en la mira del crimen organizado en Nuevo León, que viven de extorsionar a cualquier ciudadano de bien que se les antoje. Yo provengo de una familia de recursos muy escasos. Mi historia es como la de muchos otros mexicanos que pudieron sobreponerse a sus desventajas iniciales para construir un patrimonio y edificar una familia. Cada peso que tengo lo he ganado de manera legítima, cumpliendo con la ley y tratando de contribuir al crecimiento y al desarrollo económico de quienes me rodean. Creo en Dios y practico sus enseñanzas en mi vida y en mi trabajo.
– ¿Cómo fue su infancia?
Como la de millones de mexicanos. Mucha pobreza, muchísimo esfuerzo, sacrificio, incluso dolor, años y años de estudio y trabajo, mucho trabajo para ir aprendiendo y sobreviviendo hasta alcanzar las metas que me propuse. Esa ha sido la constante de toda mi vida, una vida que me fue enseñando que si bien nadie te regala nada también te encuentras gente positiva, gente buena, que te brinda su ayuda en algunos momentos difíciles, esos momentos que no se pueden enfrentar en solitario. Aprendí a ser solidario, a ser agradecido, y le agradezco mucho a Dios por eso.
A partir de ese momento, apenas fueron necesarias las preguntas del reportero. La grabadora fue registrando un testimonio crudo y revelador en el que seguramente muchas personas se verán reflejadas:
Mis primeros años fueron de crecer engordando ganado, trabajando de mesero en un pueblo, con mis abuelos, quienes eran adultos mayores con muy limitado ingreso económico, con ambos padres ausentes: mi papá por haberse ido y mi mamá por estar trabajando turnos dobles como maestra en escuelas públicas. Así es como empieza mi vida en Cerralvo, Nuevo León, lugar donde estudié desde el kinder hasta la secundaria. Mis abuelos, quienes gustosamente me criaron, no tuvieron dinero que heredarme, en cambio me inculcaron valores de pueblo, los cuales son para mí los más reales. El honor, la lealtad, el respeto, la responsabilidad y el amor al trabajo.
Así crecí en Cerralvo, un pueblo fronterizo con Estados Unidos, el cual me dio la oportunidad de observar gente exitosa, carros y casas increíbles. Eso fue despertando en mí las ganas de mejorar mi calidad de vida. Por eso mismo me voy a Monterrey a estudiar en la Preparatoria Pública #9, lugar donde era capitán en el equipo de competencia de natación, con la intención de recibir comidas gratuitas en la cafetería. Mis trayectos en tiempos de prepa eran en autobús.
Para financiarlos lavaba carros por las tardes en donde pudiera. Sabía que para lograr mis sueños tenía que hacerme una persona de valor, y por eso me fui a estudiar un año a Estados Unidos, en la preparatoria Nikky Row, en McAllen Texas, para desarrollar mi inglés. Ese año, para mantener mi simple vida, trabajé de jardinero en la zona cercana a mi escuela. Regresé después a México para estudiar mi licenciatura en Finanzas en la Facultad de Contaduría Pública y Administración de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Prepararte en tus estudios no es suficiente si tienes limitaciones financieras, y la responsabilidad de proveer, pues a los 19 años me casé, y mi esposa estaba a la espera de nuestro primer hijo. Esa situación me obligó a trabajar como cajero en el Banco Bancrecer, con mi jefa Sandra Chávez, quien siempre me apoyó y me tuvo mucho aprecio.
En el banco tenía quincenas de mil 600 pesos, y posterior a mi trabajo me pasaba a estudiar por las tardes. Todos aquellos que tengan familia, entenderán que mi sueldo en el banco era muy escaso, y mi necesidad muy grande. Mi sucursal se volvió mi mundo, y en esa misma tenía que crecer, puesto por puesto, me puse a trabajar horas extras, tocando puerta por puerta para aperturar nuevas cuentas, para conseguir nuevos clientes, pues siempre he sido de la idea, de que el trabajo de uno habla más que sus palabras. Yo necesitaba demostrar que sabía vender aun cuando no iba a recibir ningún ingreso extra por eso. Eran finales de los noventas, en ese entonces mi edad y la idea de que aún no hubiera terminado mis estudios me dificultaba demasiado conseguir un ascenso.
Afortunadamente, la Directora de Recursos Humanos vio mi desempeño y mis ganas de trabajar y consiguió que me contrataran dentro del Corporativo Bancrecer, aumentando mi sueldo a dos mil pesos quincenales. Entre otras tareas, le hacía reportes al Director de Productos a Nivel Nacional, Ramón Velarde, un excelente empresario y mejor persona. Desafortunadamente mi sueldo seguía sin ser suficiente, por lo que decidí abrir y atender un puesto de tacos por mi cuenta fuera de casa de mi madre. Tiempo después, Banorte compra a Bancrecer, y renuncian los tres directores de más alto rango, para abrir su propio negocio, Operadora de Fondos Independiente (OFIN).
Fui a pedirles trabajo, petición a la cual iba terriblemente vestido, y entiendo por lo mismo no me creyeron cuando les decía lo grande que iba a ser, pero no había para más, yo era pobre pero nunca pobrecito, les pedí que me pusieran tres meses a prueba, con el compromiso de que si en ese tiempo no me volvía el mejor asesor financiero no me pagaran ni un día trabajado, y que tampoco me dieran contrato de planta, ¿Y qué crees que pasó? Que me convertí en su mejor asesor financiero: el 90% de la captación nueva de capital en la institución era gracias a mi.
Mi esfuerzo me llevó a ganar casi 15 mil pesos mensuales de sueldo base, más bonos por desempeño, con lo que empecé a ganar entre 30 y 50 mil pesos al mes. Fueron nueve meses de grandes logros. Con la confianza que eso me daba les pedí entonces el puesto de Director y me lo niegan, ¿por qué? Por lo mismo, por mi edad y mi licenciatura aún no terminada. Resultó impresionante para mí que fuera más importante el estudio que los claros ingresos que llevaba a la mesa, pero bueno, en ese momento ya era yo famoso entre el sector financiero y sus diferentes casas de bolsa. Gracias a ello, cuando el mercado vio mi interés por cambiar de trabajo me llegaron propuestas de Banorte, de Santander, de Actinver y de Interacciones. Renuncio en ese momento a OFIN, y me voy a la Casa de Bolsa Interacciones, con Enrique Martinez. Logré aprobar los exámenes de la AMIB y de la CNBV, que eran las pruebas correspondientes para convertirme en asesor financiero de casa de bolsa. Me llevé toda mi cartera de clientes de OFIN y seguí creciendo en Interacciones. Me fui desenvolviendo tan bien en mi trabajo, que sin terminar mis estudios a mis 22 años ganaba ya entre 70 y 100 mil pesos mensuales entre sueldo y bonos.
Siempre menospreciaron mis humildes comienzos, y con todo y mis estudios públicos aún sin finalizar tenía asistente proveniente del Tecnológico de Monterrey y les daba cursos a los mismos corredores de bolsa en la empresa. Y es que, verdaderamente la escuela nunca me enseñó a trabajar, fue mi forma de desempeñarme como jardinero, mesero, ganadero, taquero y cajero, sin importar el qué, yo buscaba la excelencia, con o sin dinero, esa siempre ha sido mi forma de ser. Al año de trabajar en Interacciones, me llama Lalo Quintanilla de Santander y me hace una propuesta imposible de rechazar. Me voy a Santander como Subdirector Regional con un sueldo fijo de 43 mil 500 pesos al mes pero con bonos muy superiores a los que tenía anteriormente. Mis clientes me seguían a donde fuera pues era yo el que les dejaba ganar 70% anual, sin importar los mercados y sus altibajos.
En Santander, mi cartera se conformaba de más de 300 directores y gerentes de OXXO y FEMSA a nivel nacional, con lo cual me coloqué en el Top 3 en las operaciones del Mercado de Capitales. En este momento, a mis 23 años, ganaba entre 150 y 250 mil pesos mensuales. Parecía mucho pero yo sabía que en el fondo era injusto, y yo quería que mi compensación fuera mediante comisiones por mi trabajo como en las casas de bolsa americanas. Cuando solicité que se modificara mi forma de pago a comisiones, se rieron ríen de mí con el argumento de que ni el Director General ganaba esas cantidades. Entonces tuve suficiente información para saber que Santander no era mi destino final.
Me dediqué a buscar en el mercado quién me podía dar ese trato, y la Casa de Bolsa Monex me lo garantiza. Me voy a Monex con toda mi cartera de clientes y el primer mes -entre sueldo y comisiones- me gané un millón 200 mil pesos, con lo que por fin lograba convertir mi sueño en realidad. Era para mí tanto dinero que no tenía idea de cómo gastarlo, lo que me llevó a ahorrar el 80 por ciento de mis ingresos. Hay que recordar que yo vengo de la nada, y este trabajo requiere disciplina total. Mis días empezaban a las 4 y media de la mañana y nunca terminaban pues los mercados son mundiales y todo el día recibía nuevas noticias que alteraban mis posiciones, a la vez de atender llamadas de clientes, las cuales eran de suma importancia.
Mi vida siempre giró en torno a mi trabajo. No salía de fiesta, muy pocas veces salí de viaje pero orgullosamente obtuve la confianza y dinero de inversión de directores de empresas como Gruma, Maseca y Minera Autlán, a los cuales siempre admiré. Trabajé desde Noviembre del 2006 hasta Julio del 2014 en la Casa de Bolsa Monex, tiempo en el cual agradezco profundamente a Gerardo Treviño, mi jefe en el corporativo, por ser un excelente líder, tutor y sobre todo un gran amigo. Intenté escalar dentro de mi vida en corporativos una vez más, y me fui a trabajar a la Casa de Bolsa Actinver, lugar donde daba múltiples tutorías a estudiantes del Tecnológico de Monterrey y trabajadores de la misma empresa, a la par de continuar desempeñándome como el mejor corredor de bolsa posible, por mis clientes y sobre todo por mi familia.
Para este momento en mi vida tengo 24 años trabajando, 24 años con un único objetivo: que mi familia no sufra de las carencias que yo tuve en mi infancia y juventud. Fue asi que en abril del 2015 presento mi renuncia a la Casa de Bolsa Actinver, decidiendo cumplir con la otra parte que yo nunca tuve, a ser un padre, y dedicarme a pasar tiempo de calidad con mi familia, la cual se compone de un hijo mayor, dos hijas y mi esposa. Tras dos años de manejar mi cuenta personal, de emprender en bienes raíces y de esa merecida etapa de relajación, me llevaron a tomar la decisión de crear mi propia empresa, mi consultora financiera, donde finalmente yo fuera el dueño total de mi trabajo. Intentando desarrollar mi primer negocio, llegan a mí seis extorsionadores armados quienes decían pertenecer al Cartel de los Beltrán Leyva exigiéndome pagar uso de suelo en San Pedro Garza García. Me presionaron enseñándome fotos de gente muerta y torturada. Diciéndome que eso me pasaría si no pagaba. Inmediatamente rechacé su extorsión pues no entendía porqué habría de pagarles, si mi negocio era completamente legal. Ahí concluyó mi etapa de relajación.
A partir de ese momento todo pasó a ser una pesadilla. Primero, con cientos de mensajes que fueron enviados a mis contactos con la misma amenaza. Si no les pagaba, decían, me iban a utilizar de ejemplo para todos los demás empresarios de la ciudad. El mismo miedo y la incertidumbre me obligan a poner en pausa mi emprendimiento financiero. Y tras meses y meses de tormento psicológico, el día 22 de marzo del 2018 sucede mi atentado. El jefe o jefes de los extorsionadores envían seis personas con AK-47 a matarme cuando iba yo saliendo de cenar del restaurante Mochomos, en la plaza Metropolitan Center de San Pedro Garza Garcia, municipio donde supuestamente la seguridad y el desarrollo económico eran prioridad. Me tiran más de 200 balazos según lo indica el peritaje oficial, y recibo tres: uno en el hombro izquierdo y dos en el brazo derecho.
Afortunadamente nadie muere en el atentado, pero al no lograr matarme hacen su misión de vida envenenar mi imagen a través de los medios de comunicación. Colgaron una narcomanta afuera de la casa de mi madre, con una bala, diciendo que si me presentaba a testificar esa bala iba a ser para mi familia, y pueden revisar que nunca me presenté a testificar por miedo a las represalias. Se nos entonces a mí y a mi familia a huir de la ciudad donde vi a mis hijos crecer, con miedo de morir, y una imagen completamente ficticia, que deja aterrorizados a mi familia, a mis amigos, a mis clientes, a mis compañeros de trabajo. A todas las personas que me conocían y a las que no también. Toda mi vida me dediqué a trabajar desde los puestos más humildes hasta la mejor trayectoria en el mercado financiero que se haya visto y de la noche a la mañana, con mentiras, amenazas y mal uso de los medios, me pintan como una persona que nunca he sido y nunca seré.
Dos de los sicarios que me atentaron se llaman Edgardo Acosta Corpus y Carlos Isaias Vargas quienes deberían de continuar encarcelados en alguna prisión de Nuevo León. Si realmente los medios están interesados en saber la verdad, pueden ir a investigar la realidad, a preguntarles a esos sicarios quién y porqué me mando a matar. Soy un hombre limpio, soy Norberto Valencia Gonzalez, hijo de un padre ausente, de una madre trabajadora, criado por mis abuelos en cimientos muy humildes, esposo, padre de tres hermosos hijos, hermano de dos. Y fui, soy y seré siempre un empresario de honor, que ha sido injustificadamente dañado por una organización delictiva que desde el momento del atentado se la han pasado atormentándome, persiguiéndome. Y le hago un llamado también a los medios que con chismes y mentiras ponen en riesgo la vida de mis hijos, de mi esposa y la mía.
Yo sé que no soy el único que ha trabajado bajo el sol, yo sé que no soy el único que se preocupa por proveer comida a su familia, yo sé que no soy el único al que han extorsionado, dañado y humillado públicamente. Pero investíguenme bien, hagan correctamente su trabajo y basta ya de mentiras.